jueves, 27 de junio de 2019

Un poquito de El Ángel Negro

En esta ocasión os invito a leer unas páginas de unas de mis novelas favoritas, El Ángel Negro. Si aún no la habéis leído, espero que le deis una oportunidad.



EL ÁNGEL NEGRO 

Pero algo se interpuso en su camino. Chocó, se tambaleó y estuvo a punto de caer de espaldas. Unos brazos de hierro la sujetaron y ella enloqueció. Se revolvió, soltó puñetazos, patadas, gritó con todas sus fuerzas. Pero cada vez se estrellaba contra una pared que la retenía y, después de un corto forcejeo, se le agotaron las fuerzas y se quedó desmadejada. Entonces sí. Entonces estalló en un llanto histérico ante la realidad de aquel peligro inminente y sin escapatoria. Y oyó una voz que parecía regresar de la tumba. 

—Los tiburones no son mejores que nosotros, señora. 

Paralizada por el pánico que la oprimía sin remedio, Kelly apenas reaccionó, pero el corazón le comenzó a bombear de forma dolorosa, no podía respirar y temblaba como una hoja. ¡Aquella voz! ¡Aquella voz! ¡No podía ser cierto! A su alrededor, el jolgorio de la turba asaltante espoleaba su orgullo malherido, pero ella se encontraba varada ante aquel pecho granítico que seguía reteniéndola y se sacudía con la risa. Levantó la cabeza. Y sus ojos se toparon con dos lagos verde esmeralda que le provocaron que le diera un vuelco el corazón. Porque su temor cobraba vida, no se había confundido. Ante ella, más avasallador y atractivo que nunca, chorreando agua y fundido con la oscuridad con su vestimenta negra, estaba el hombre que le había quitado el sueño desde que lo conoció. Enderezó el cuerpo y con voz como un latigazo, dijo: 

—Suéltame de inmediato, Miguel. 

Él se quedó petrificado. Sus músculos se tensaron y se aferró con más fuerza a aquel cuerpo femenino que volvía como una ensoñación. No podía apartar la mirada de ella. Aquel rostro, aquellos ojos azul zafiro lo lanzaban de cabeza a la locura. ¿Cuántas veces había soñado con tenerla? ¿Cuántas noches había pasado en vela, recordando sus besos? Todas y cada una de las mujeres que había habido en su vida desde que escapó de Port Royal y se unió a la flota pirata de Boullant se perdieron en la nada. ¿Qué habían significado sino un mero entretenimiento, un simple desahogo? Ninguna de ellas anidó en su corazón, porque éste se lo había robado una inglesa a la que odiaba. ¡Y ahora la tenía allí mismo! 

—¡Eh, capitán! —reclamó el fulano que había sacado a Kelly del camarote—. ¡Yo he atrapado a la hembra! 

Hizo un amago de acercarse y llevársela, pero bastó la actitud de Miguel para disuadirlo. Kelly quiso aprovecharse del momento y se revolvió entre sus brazos, pero sólo consiguió que él hiciera más presión sobre su cuerpo y que una mano masculina la sujetara del cabello, echándole la cabeza hacia atrás. Y ella tembló al mirarlo, porque en los labios distendidos de Miguel vio una sonrisa posesiva y presintió que su destino iba a ser peor de lo que imaginaba. Una voz engañosamente suave le susurró: 

—Volvemos a encontrarnos, miss Colbert.

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