Un mes después de iniciar su
búsqueda, se dio de bruces con el primero de sus enemigos. Se trataba de un hombre
alto, desgarbado, de rostro cetrino y ojos oscuros,conocido como Will Williams. Al
parecer, después del asalto al Siete Estrellas, la banda se había separado y cada cual
había tomado su camino tras repartirse las ganancias por la venta de su hurto.
Anochecía cuando Ken llegó al
pueblo donde le dijeron que habían visto aWilliams. Entró en la cantina y
preguntó por él. El dueño del local estudió sus duras facciones cuando lo interrogó;
sus ojos se desviaron al revólver que lucía en la cadera derecha, demasiado bajo, y no se
pensó mucho de qué lado estaba, conocía a un pistolero en cuanto lo veía.
—Habitación número tres
—contestó—. ¿Le sirvo algo, amigo?
—Déjelo para luego.
En la cantina se había hecho un
absoluto silencio. Varios pares de ojos lo observaban, pero nadie estuvo
interesado en cortarle el paso cuando lo vieron dirigirse hacia la escalera. Un par de
parroquianos abandonaron las mesas de juego, escabulléndose, temerosos de un
enfrentamiento que pudiera pillarlos entre dos fuegos.
Ken subió despacio, saboreando el
momento, sintiendo la sangre correr alocada por sus venas ante la perspectiva
de encontrarse cara a cara con la primera de sus presas.
Se paró frente a la puerta
indicada. Desde el interior del cuarto le llegaron risitas femeninas, junto a peticiones
soeces de un hombre. Abrió la puerta de una patada, haciéndola rebotar contra la
pared.
El sujeto que ocupaba la
habitación estaba de pie, con los pantalones bajados, tratando de abrirse los calzones.
Pegó un brinco al verlo aparecer.
—¡Qué demonios...!
—Oye, guapo —dijo la chica—,
espera tu turno, aún no he terminado con este cliente.
Una sonrisa ladeada estiró los
labios de Malory, pero en su mirada esmeraldina no había rastro de diversión.
Williams abrió los ojos como
platos al verlo sacar el revólver. De pronto, le entró mucha prisa por volver a
ponerse los pantalones.
—¡Hey, chico, cálmate! Si tanta
prisa tienes, te cedo el sitio, pero guarda eso.
—¡Fuera! —ordenó Ken a la
prostituta sin perderlo de vista a él.
Ella no replicó; como el dueño
del salón, también sabía distinguir a los hombres, era su oficio, y el que tenía
enfrente no admitía una negativa. Se subió el vestido, cubriéndose los pechos, y salió
con premura.
—Coge tu pistola —dijo entonces
Ken, enfundando la suya.
—¿Qué mosca te ha picado,
muchacho? —preguntó el cuatrero, nervioso, acercándose al aparador sobre el
que había dejado su arma—. Ni siquiera te conozco.
—¿Recuerdas a una muchacha morena
y embarazada, Will?
El aludido tuvo un sobresalto
pero, acostumbrado a una vida de peligro donde un segundo equivalía a seguir
respirando o morir, no se preocupó de hacer más averiguaciones, estiró la mano,
tomó su pistola y se volvió, listo para disparar.
Kenneth no le dejó ninguna
oportunidad, su dedo índice apretó el gatillo y la bala se alojó en el vientre de su
enemigo, que lanzó un grito al tiempo que su revólver se le escapaba de entre los dedos
sin haber sido usado.
—Mi esposa te manda sus saludos,
cabrón.
Sin hacer caso de los alaridos
del herido pidiendo un médico, le dio la espalda y bajó la escalera. Ningún
matasanos podría salvarle la vida a aquel desgraciado, que tardaría horas en irse al
infierno.
En el salón no se oía ni una
mosca. Nadie se atrevía a mirar de frente a aquel forastero alto, vestido de
oscuro.
Ken se acercó a la barra.
—Whisky.
Mientras le servían, echó una
ojeada al local, descubriendo a la muchacha que estaba arriba.
—¿Ha llegado a pagarte por tus
servicios?
Ella, un tanto temerosa, negó.
Malory depositó un par de monedas
para pagar la consumición y dejó un par de billetes sobre la desgastada
madera del mostrador, empujándolos hacia la joven.
—Por las molestias, muchacha.
Vació su vaso de un trago y
abandonó el local para dirigirse hacia la oficina del sheriff. Tenía que cobrar los
quinientos dólares por la captura de Will Williams. «Vivo o muerto», rezaba el cartel
pegado en el tablón de anuncios a la entrada del local.
—Por supuesto, muerto —dijo
Malory para sí.
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