viernes, 31 de julio de 2020

Artículo: Cómo vestían las españolas

Al escribir una novela de época ubicada en Inglaterra, tenemos que saber qué tipo de prendas utilizaban las mujeres de clase alta y las trabajadoras. Creo que sería interesante conocer también algo sobre la moda en el vestir en España, así que aprovecho para dejaros este pequeño artículo de lo que encontré para mis novelas Amaneceres cautivos y Destinos cautivos. 

Las españolas, como cualquier otra mujer, se fijaba en las modas de otros países, en las telas que se utilizaban y en los adornos de los trajes. Pero también las costumbres y el mayor o menor grado de religiosidad, llevaba a las damas a vestir más o menos recatadamente. 

Por el siglo XV una de las prendas que no podía faltar era el corpiño, al que también se le llamaba jubón femenino. Se trataba de una prenda que se ajustaba al torso, desde los hombros hasta la cintura, haciéndola más estrecha, y que carecía de mangas, atándose con cordones. Quedaba bonita y hacía buena figura, no cabe duda, pero a veces, cuando parecían más una coraza que un simple corpiño, no les permitía respirar bien, de modo que no era extraño que las damas se desmayaran por la falta de oxígeno. Esta prenda continúa siendo de uso normal en algunos trajes regionales, por fortuna más suelta. Según he sabido, la palabra corpiño es de origen gallego. 

La basquiña, otra prenda de uso popular, era una falda que solían llevar para salir a la calle, tenía pliegues para que diera vuelo y durante el siglo XVIII podían estar hechas en tela de damasco, tafetán o seda. Eran piezas caras, pero poco a poco se confeccionaron con telas menos costosas y fueron populares entre las mujeres de clases menos acomodadas.

No faltaron tampoco las fajas. No las que servían para disimular la tripa, sino las que adornaban la cintura de los vestidos, que se combinaron también con cinturones de seda, a veces ribeteados con hilos de oro o plata. 

Alguna vez habréis leído que la dama llevaba un verdugado. Pues se trataba de una saya usada en el XVI, con un armazón de alambre que se forraba para poder conseguir forma cónica. A veces se hacían de madera. Sí, de madera. Si resultaba complicado utilizar ese armatoste de alambre, no quiero ni imaginar lo que sería ir embutida en el otro, por lógica más pesado y aparatoso. Pero la moda ha mandado siempre, así que nada que decir. De origen puramente español, se extendió al resto de Europa y dio paso a lo que conocemos como miriñaque. 

¿Y qué era el miriñaque? Ni más ni menos que un armador que las damas de clase alta se colocaban debajo de las enaguas almidonadas y las faldas, para dar forma ampulosa a las mismas. Al principio no era sino una especie de enagua rígida, pero más tarde se modificó y allá por el 1830 se parecía más a una jaula. Desde luego no podemos negar que Escarlata O’Hara estaba preciosa con sus vestidos mientras tomaba pastelillos en los Doce Robles, pero sentarse con aquello debía suponer un suplicio; no digamos ya las contorsiones que deberían hacer a la hora de pasar por el aseo. Además, no conformes con las primeras estructuras, se fueron ampliando con los años, de modo que alrededor de 1865 tenían un tamaño impresionante. ¿A qué se debió esta moda? Pues a que la economía iba mejor, había más dinero y ello implicó hacer los vestidos mas pomposos. Eugenia de Montijo, la española que se casó con Napoleón III, fue una de las impulsoras y, debajo de las enaguas, las mujeres llevaban unos pantalones que les cubrían hasta los tobillos, normalmente adornados con finos encajes. ¿Os imagináis cómo debía de ser llevar todo eso? Angustia me da con solo pensarlo. ¿Cómo se apañarían si asistían a un teatro? ¿Cuántos asientos ocuparía una dama?

Menos mal que se impuso la razón y en 1870 inventaron el polisón. Tampoco es que fuera cómodo, pero al menos las faldas no se ahuecaban por la parte delantera y solo se abultaban por detrás. Durante veinte años fueron de uso común entre las clases acomodadas y solo en 1890 comenzaron a dejar que las faldas cayesen tranquilamente hasta los pies. Como veréis, no era extraño que una mujer tuviera por fuerza que tener a una criada que le ayudase a ponerse encima tanto trasto que, además de costar lo suyo, era imposible ponerse una misma. En el fondo tenían suerte las mujeres de las clases más humildes, donde la moda no exigía ni tanto gasto ni tanta incomodidad. 
 


 

1 comentario:

Serena Miles dijo...

hola
pues ha sido un articulo muy curioso. Mi madre es modista, ha hecho siempre trajes regionales y gracias a eso yo conocia varias de las cosas de las que nos hablas. Incluso he visto un miriñaque aunque no era muy antiguo.
Gracias por el articulo
Besotessssssssss