miércoles, 2 de octubre de 2019

María Pacheco: la mujer de un comunero

En mi novela Amaneceres cautivos, el protagonista debe tomar partido entre ser leal a su rey, Carlos I, o apoyar la revuelta de los Comuneros de Castilla y, sobre todo, a una mujer de la que quiero hablaros. Porque su honor le pide una cosa, y su corazón otra. 

El levantamiento se debió a diversos motivos, pero uno de ellos fue que el rey, primogénito de Juana la Loca, se veía en Castilla como un extranjero que desviaba dinero a Flandes, no atendía las necesidades de los castellanos, y ni siquiera hablaba bien nuestro idioma. Toledo, ciudad donde se ubica Amaneceres cautivos, y Valladolid, fueron quienes primero se alzaron. Existía inestabilidad, Carlos I llegó acompañado de clérigos y nobles flamencos que hicieron a un lado a los castellanos, el pueblo estaba necesitado, y muchos creían que la reina Juana debería ser quien se sentara en el trono. 

Los líderes del levantamiento fueron Juan Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, decapitados al día siguiente de que las tropas del emperador ganasen la batalla de Villalar, el 23 de abril de 1521. Padilla pertenecía a una de las familias importantes de Toledo, y estaba casado con María Pacheco. Fue ella, cuya historia siempre me ha fascinado, uno de los personajes que introduje en la novela, y con la que colabora el protagonista. Y quiero que también vosotros la conozcáis un poco. 

Nacida en Granada, era hija de don Iñigo López de Mendoza, I marqués de Mondéjar y II conde de Tendilla, y de Francisca Pacheco. Adoptó el apellido de su madre, según se dice, para diferenciarse de sus otras hermanas, apellidadas Mendoza, porque compartían el mismo nombre. Curioso, ¿verdad? A los quince años se casó con Padilla, a pesar de ser este de rango inferior, y le apoyó siempre. Hay quien dice que incluso pudo hostigar a su esposo a liderar la revolución contra el emperador. Su modo de actuar y su amplia cultura hicieron que muchos la siguieran en la contienda. 

Con el ajusticiamiento de los Comuneros no acabó el conflicto, ni mucho menos. Toledo no se rindió, continuó oponiéndose a Carlos I, y no fue hasta febrero de 1522 cuando se rindió definitivamente. En este intervalo es cuando toma más fuerza la figura de María, llevando con mano firme los designios de la ciudad. Lejos de dejarse vencer al enterarse de la muerte de su esposo, aunque cayó enferma al saberlo, consiguió resistir nueve meses a las tropas realistas. Fue, no cabe duda, todo un ejemplo de coraje, de oposición, de poner en jaque al mismísimo emperador. Creía en Castilla y la defendió con uñas y dientes. Pero no podía ganar aquella batalla de voluntades, Carlos I cercó Toledo, y ella se vio obligada a escapar para exiliarse en Portugal. El emperador, a pesar de los intentos de sus hermanos, Luis Hurtado de Mendoza y Diego Hurtado de Mendoza, no quiso concederle el indulto; se le había opuesto y pesaba sobre ella la pena de muerte por rebeldía. Juan III de Portugal se negó a entregarla, pero ella jamás pudo regresar a España y acabó sus días en Oporto, donde murió en marzo de 1531. Hubieron de enterrarla en la catedral de esa ciudad portuguesa, porque Carlos I no admitió que sus restos se trasladaran a Olmedo, donde reposaban los de su esposo. 

No entraré a valorar si fue una heroína, pero sus actos influyeron en la vida de muchas personas, sobre todo en las de los castellanos que la siguieron, y en la de sus hermanos. 

Para acabar, os dejo el epitafio que escribió Diego Hurtado de Mendoza, encontrado en internet. Con él, creo que se entiende mejor la mujer que fue: 

Si preguntas mi nombre, fue María,
Si mi tierra, Granada; mi apellido
De Pacheco y Mendoza, conocido
El uno y el otro más que el claro día
Si mi vida, seguir a mi marido;
Mi muerte en la opinión que él sostenía
España te dirá mi cualidad
Que nunca niega España la verdad.

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