lunes, 10 de diciembre de 2018

Artículo: Las parteras

Otro de los artículos que escribí hace tiempo, a raíz de una pequeña investigación que tuve que hacer para una novela, fue sobre las parteras. Os lo copio a continuación por si fuera de vuestro interés.

LAS PARTERAS

Muchas veces, el final feliz de nuestras novelas romántica, sobre todo cuando de se trata de un romance histórico, concluye con el nacimiento de un precioso retoño. Es por eso que en esta ocasión voy a dedicar este artículo a las parteras. 

Tema espinoso para algunos hombres que veían a estas mujeres, algunas veces, como intermediarias no deseadas. Pero las parteras han existido desde siempre, porque desde siempre han nacido criaturas. Así que vayamos pasando por distintas épocas, para conocer un poco más su trabajo. 

Iatrine, maia, obstetrix o médica, son distintas formas de llamar a una partera en la antigüedad. 

Las parteras, como tales, se nombran ya 1700 años a.C. Las comadronas hebreas gozaban de prestigio en la sociedad, se las tenía en mucha estima y las familias pudientes no dudaban en llamarlas para que acudieran a los palacios cuando era necesaria su sapiencia. 

En Egipto, ejercían de profesionales con libertad, no pertenecían a nadie. Lo mismo pasaba con los médicos y con los veterinarios. Igual que entre el pueblo hebreo, mantenían un prestigio social y alternaban con familias aristocráticas, acudiendo incluso al palacio del faraón para atender a las mujeres encinta. Las jóvenes aprendían de las parteras mayores, que ponían todo su conocimiento a su disposición para hacer de ellas unas buenas profesionales. Egipto vuelve a sorprendernos, una vez más, como cultura avanzadísima, algo que se perdió siglos más tarde, cuando una mujer no podía dedicarse a la medicina y, en ocasiones, se veía obligada a esconder sus conocimientos por miedo a las represalias que podían recaer sobre ellas. Pero no era así en Egipto: las mujeres disponían de ellas mismas, podían estudiar y aprender a leer y escribir, lo que propició que algunas dedicaran su vida a la obstetricia. Hay papiros que lo demuestran, que hablan de ginecología, de aceleración del parto, de métodos para la supervivencia de los recién nacidos (Papiro de Ebers), maneras de calcular la fecha del parto y el tipo de sillas que se utilizaban para acomodar a las parturientas. 

Llegados a la época griega, las comadronas también eran distinguidas con dignidades y con el reconocimiento de toda la sociedad, aunque en Atenas el requisito para ejercer era haber sido madre y no estar ya en edad de tener más hijos. Según he leído, la madre de Sócrates, llamada Phainarité, fue comadrona, y de las mejores. Todas las parteras eran mujeres con altos conocimientos médicos y una avanzada formación. 

Copio casi textualmente una supuesta (o presunta, como se dice ahora que está de moda) descripción de Soranus de Éfeso, que fue un médico griego. Practico la medicina en Alejandría y Roma, y muchos de sus escritos sobre ginecología sobreviven en nuestros días. 

«Una buena matrona debe ser culta, inteligente, poseedora de una buena memoria, amante de su trabajo, respetable y sin ninguna incapacidad que disminuya la percepción de sus sentidos (vista, olfato, oído...) que le impida llevar a cabo su labor, de miembros intactos y fuertes, dedos largos y finos con uñas cortas.» 

Puede parecernos una perogrullada lo que decía, como nos lo puede parecer también lo que decía Plinio el Viejo sobre que la partera debía ser comprensiva con las parturientas. Sin embargo, no lo es. Muchas de vosotras lo sabéis. Algunas incluso conocemos algunas comadronas a las que más les valdría dedicarse a otros menesteres, porque de comprensivas tienen tanto como el lobo que se quería comer a Caperucita. Menos mal que son las menos y hay profesionales competentes. 

Parece que el trato a las comadronas no fue igual en el Este que en el Oeste del mundo conocido hasta esas fechas. En el Este, cuando superaban la profesión de matronas, se las llamaba obstetras, aunque necesitaban tener formación especial para ejercer de tales. Pero eran muy respetadas, vivían libremente y hasta podían publicar sus trabajos, teniendo además una remuneración por sus asistencias al nivel de un hombre. Salpe de Lemnos, por ejemplo, dejó varios escritos sobre las enfermedades femeninas y sobre algunas curas, aunque yo no me atrevería a aplicar orina en los ojos para fortalecerlos, oye. Que igual se te quedan de cine, fíjate, pero va a ser que no. 

En el oeste del Imperio, no era lo mismo. Allí, los romanos no consideraban a las parteras iguales a los médicos porque, en la mayoría de los casos, la profesión era ejercida por esclavas liberadas (según una de las versiones) o, en todo caso, por esclavas que habían aprendido a atender a las parturientas siguiendo los conocimientos de sus madres (según otra de las versiones). 

No era muy distinto el trabajo que las parteras hacían en esa época y la actual. Si podían atender solas al parto, lo hacían, pero si el alumbramiento traía complicaciones no dudaban en pedir la ayuda del médico y de varios ayudantes. 

Ahora bien, ¿cómo se llevaba a cabo el parto? Desde luego, ni parecido a la época actual. Antes, las mujeres alumbraban a sus hijos sentadas en una silla especial, con un agujero en forma de luna por el que se escurría el cuerpo del recién nacido. A veces las sillas tenían respaldo para que la madre hiciera fuerza contra él, pero otras era uno de los ayudantes el que se colocaba detrás de la parturienta para ayudarla. Si lo pensamos, es más normal parir sentada que tumbada, puesto que al estar el cuerpo de la madre vertical se facilita la salida del bebé. Algunos pueblos siguen utilizando esta postura a la hora de dar a luz. 

Una vez fuera de cuerpo materno, la comadrona cortaba el cordón umbilical, solía echarse algo de sal fina para secar los restos del nacimiento, y se le enjabonaba, repitiendo el proceso y pasando a limpiar la nariz, la boca, las orejas y el ano del bebé. Limpiaban también los ojos con aceite para quitar los restos de placenta, se comprobaba que estaba sano, que tenía todos los deditos (como ahora, que parece ser la mayor preocupación de las madres porque es casi siempre lo primero que se pregunta), y que lloraba fuerte. 

Resulta terrible saber que, en ese tiempo, si el bebé nacía con deformidades graves, solían aconsejar abandonarlo en campo abierto. 

Por último, decir que las parteras buenas, no resultaban baratas. Y como siempre ha pasado y pasará, los que tenían dinero podían permitirse ser atendidos por las mejores comadronas y los pobres... se apañaban como podían. Sí, en esos tiempos también era signo de status social tener en nómina a una partera competente y de las caras. 

Llegamos a la Edad Media, época oscurantista donde las haya. 

Es curioso saber que, en este tiempo, la Iglesia tenía en alta estima a las comadronas, por su modo de actuar cuando era necesario un bautismo urgente. Por este motivo, se reguló la profesión por la Ley Canónica de la Iglesia Católica Romana. Todo un logro. Pero no es extraño, puesto que en esos tiempos tener un hijo era un riesgo cierto, muchas mujeres morían en el parto por más cuidados que hubieran tenido durante el embarazo. Las creyentes, cuando llegaba el momento de alumbrar, tenían ya preparada incluso la mortaja con la que debían enterrarla si moría, y pedía confesión antes de que llegara el momento crucial. 

Las parteras eran aceptadas y, a la vez, se las miraba con cierto recelo porque siempre había quien podía pensar que llegaban a ejercer la brujería durante sus intervenciones. Como suele decirse, con la Iglesia hemos topado, porque de ahí venían los problemas. Tanto, que se exigía a las matronas una licencia especial del obispo, tras realizar el juramento de rechazar el uso de la magia cuando atendiera un parto. 

Los conocimientos se pasaban de madres a hijas, de modo que iban adquiriendo cada vez más, iban siendo cada vez más profesionales y expertas. Sin embargo, en lugar de agradecer su sabiduría, que ayudaba a mejores partos y más esperanza de vida para los recién nacidos, la incultura popular hizo que se les comenzara a tildar de brujas. Muchas de ellas fueron acusadas, perseguidas y hasta asesinadas por este motivo. Las condenadas supersticiones que estuvieron de moda en la Edad Media, que me preguntó yo qué demonios pasaría en esa etapa de la Historia para que la gente se volviera tan rarita. 

Olvidémonos de esa etapa, triste salvo para escribir aventuras románticas, y pasemos al Renacimiento, donde tampoco la forma de pensar benefició a las mujeres. La obstetricia, al principio, fue considerada como una especialidad de poca importancia al ser practicada por barberos. Y en los enfrentamientos entre comadronas y médicos, ¿quién suponéis que quedaron relegadas? Pues sí, las mujeres, una vez más. 

El XVI supone un avance, la profesión florece de nuevo y se publican libros que hablan del tema. Era la Iglesia quien concedía la licencia para ejercer de comadrona y en 1557 el Obispo de Canterbury, permite a Eleanor Pead incluso que bautice a los recién nacidos en peligro de muerte. 

Por nombrar alguna de las matronas más famosas, os daré el nombre de Louis Bourgeois, 1563-1636, francesa. Se llegó a decir que era la mejor comadrona de su tiempo, llegando a ejercer como tal en la corte de Enrique IV. Según algunas fuentes, asistió a María de Médicis, cuando alumbró a Luis XIII. Francia fue el país en el que antes se desarrollaron los estudios de obstetricia. 

Un dato curioso: finalizando el XVIII en Inglaterra, las parturientas eran atendidas por matronas; al inicio del XIX, lo hacían los cirujanos. Y es que volvía a estar declarada la guerra entre los médicos y las comadronas, argumentando los primeros que ellas se dedicaban también a provocar abortos. 

Moraleja válida para la Edad Media, que no para ahora, porque creo yo que las mujeres de hoy en día hemos desarrollados bemoles, y pocas dejamos que nos tosan: si eres sabia en una profesión que también ejerzan los hombres, ten cuidado de no acabar en la hoguera.

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