jueves, 21 de mayo de 2020

Artículo: El bastón

Muchos de nuestros protagonistas de novela romántica lo utilizan y, algunos, llevan un estoque en su interior, lo que les ha servido para salir airosos de un peligro. Pero ¿qué sabemos de su origen? 

El bastón no es, por norma general, más que una vara de madera, aunque se han fabricado de otros materiales más caros como la plata, el marfil e incluso el oro, dependiendo del uso que se le fuera a dar o del poder adquisitivo del dueño. 

En Babilonia su utilización era habitual y se realizaban trabajos de auténtica artesanía con ellos, adornándolos como distintas figuras en la empuñadura. Porque, aunque eran de uso común entre el pueblo llano, también determinaban la clase social de las personas, y representaban sus cargos de mando. 

En el mundo romano se entregaba un bastón de marfil a quien nombraban cónsul y de oro a los pretores. Pero no eran ellos los únicos que podían ganarse un bastón que les distinguiese, más de un gladiador, después de haber arriesgado su vida en la arena del circo y salido vencedor durante años, tenían el privilegio de recibirlo de manos del mismísimo emperador, como reconocimiento a su buen hacer y valentía. Y los generales que regresaban rodeados de gloria tras alguna campaña, eran obsequiados con un bastón adornado con hojas de laurel. 

Si nos vamos a la antigua Grecia, los encontramos también como símbolo de mando de embajadores y generales del ejército. Pero no solo en ellos. Los filósofos utilizaban uno nudoso y quienes recorrían el país narrando a Homero llevaban dos: si portaban uno de color amarillo recitaban La Odisea; si era rojizo, La Ilíada. 

Fue a partir del siglo XVI cuando el bastón pasó a ser más un adorno que un palo en el que apoyarse o mostrar al resto el poder de sus cargos. Todo caballero que se preciase, salía a la calle con uno y las clases altas se los mandaban confeccionar incluso con piedras preciosas en la empuñadura. Fueron varios los monarcas europeos que adquirieron bastones de distinta índole, llegando a tener colecciones extraordinarias, como Carlos V y Luis XIII de Francia. Y, claro está, algunos se hicieron retratar con ellos en la mano. Al parecer, también el cardenal Richelieu era amante de los mismos. 

La demanda fue en aumento de tal forma, que ya no solo se confeccionaban en marfil, oro o plata, sino que se empezaron a utilizar materiales diversos como maderas procedentes de Asia o Egipto, piel de serpiente o caparazones de tortuga. Sin faltar, por descontado, las gemas o perlas en sus empuñaduras con cabeza de caballo, de lobo o de otros animales. A más sofisticado, mayor empaque en la sociedad. 

En alguna parte he leído que Voltaire consiguió tener unos setenta y cinco bastones. 

A mediados del XIX la moda se había extendido desde París hasta Madrid. Y en los finales del siglo se vendían en Inglaterra casi medio millón, lo que significó que los operarios y orfebres que los decoraban fueran en aumento, convirtiéndose en un comercio de importancia.


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