jueves, 13 de junio de 2019

¿Has leído ya Dime si fue un engaño?

Un pequeño aperitivo de la novela DIME SI FUE UN ENGAÑO



Pero era él, no le cupo ninguna duda. Vestía de modo informal, completamente de negro, y se lo veía distante, amedrentador, y mucho más fascinante y soberbio que como lo recordaba. 

—Creía que... —Carraspeó porque se le atascaban las palabras—. Creía que habías muerto. 

El vizconde de Basel se encogió graciosamente de hombros, miró la botella que había a un lado de la mesa, la cogió, olió el contenido y preguntó: 

—¿Puedo? 

Ella asintió y él bebió directamente del envase. Phillip necesitaba un buen trago de ron negro, pero el suave vino adulterado le sirvió para calmar los erráticos latidos de su corazón, que parecía querer salírsele del pecho al tenerla tan cerca. También él se tomó su tiempo para valorar los cambios en Chantal. Ya no era la muchachita de apariencia frágil que él había conocido años atrás; ahora se había transformado en toda una mujer, dueña de una belleza más serena, que, mal que le pesara, le quitaba el aliento. Su oscuro cabello le caía en ondas sobre los hombros, espeso y brillante, sólo un poco más largo de como lo solía llevar antes, y sus ojos habían perdido la inocencia de la juventud, aunque seguían siendo los más hermosos que él había visto nunca. Se encontró mirándola sin rencor y, cuando se dio cuenta, un destello de ira se activó en su interior. 

—Has cambiado —le dijo. 

—Y tú. Supongo que lo último que esperabas era que volviéramos a encontrarnos después de tanto tiempo. Una sorpresa desagradable, ¿verdad? 

Su comentario, que destilaba mordacidad, hizo reaccionar a Chantal. Abandonó su asiento y le dio la espalda para armarse de valor, enfrentándosele después. Apoyó las palmas de las manos en la mesa y se inclinó hacia él, mientras la atravesaba un torbellino de furia. 

—¡¿Por qué no te has puesto en contacto conmigo, Phillip, maldito seas?! —le gritó—. ¿Por qué no me has hecho saber que estabas vivo? 

—Querida, tú habrías sido la última persona a la que hubiera dicho que seguía en este mundo —repuso él con un retintín que la hizo estremecer. 

—Yo... 

—Phillip Villiers murió cuando me traicionaste. ¿O es que ya no lo recuerdas? 

—Yo no te... 

—El hombre al que te refieres ya no existe —volvió a interrumpirla él—. Su cuerpo fue pasto de los peces, y sus huesos, si es que aún queda alguno, abonarán el fondo del mar. Ni siquiera pudiste encontrar una excusa plausible para tu felonía, así que ni se te ocurra echarme nada en cara. 

La expresión de Phillip era pura hiel y Chantal se dio cuenta de ello. Sentía que se le iba la vida al volver a oír sus palabras, haciéndola otra vez culpable de un complot que sólo existía en su cabeza. En el pasado la había acusado de ser su perdición, de haberlo vendido, de haber mentido sobre el amor que le profesaba, y ahora, en el presente, demostraba que ni el tiempo ni la distancia habían cambiado su convencimiento. Sabía que era inútil volver a negarlo, pero aun así, le dijo: 

—No te traicioné. Lo creas o no, yo no... 

—Dejemos eso —la cortó Phillip expeditivo. 

—¿Cómo es que me has encontrado? Nadie sabe que estoy aquí salvo... 

—Damien. 

Chantal se estremeció. Damien Moreau, sí. De no ser por él, ahora estaría en una tumba olvidada. Les debía mucho a ese hombre y a Estelle, pero esa afirmación arrojaba en su alma la sombra de la duda. Si Damien había sabido durante todos esos años que Phil estaba vivo, ¿por qué no la había sacado a ella del doloroso infierno de creerlo muerto? ¿Por qué no le había dicho nada? Posiblemente, Phillip lo habría puesto como condición. ¿No acababa de decirle que ella sería la última persona a la que le habría hecho saber que estaba vivo? No podía culpar a Moreau por guardar silencio, a fin de cuentas, era su amigo y ella sólo la mujer que, incluso para el sobrino de Estelle, lo había traicionado. Intentó calmarse y razonar. La enorme sorpresa de volver a ver al hombre al que amó, la exultante alegría de saberlo aún vivo y la zozobra que agitaba su espíritu al comprobar que su odio hacia ella no había remitido, la dejaban indefensa. Hubiera querido echarse en sus brazos, besarlo hasta saciarse de su boca, decirle cuánto lo había echado de menos, cuántas noches había llorado su ausencia... Pero también ella tenía orgullo y cuentas que saldar. Y no iba a ponerse de rodillas ante un hombre que la había echado de su vida, que la miraba despectivo, a la defensiva, como si de una serpiente se tratara. Hasta ahí no quería ni debía llegar, por mucho que siguieran encendidas en su corazón las ascuas de un amor pasado. Demasiado había sufrido ya durante aquellos años, creyéndolo muerto, intentando vengarse del engaño perpetrado por Chevalier, indagando en sus trapacerías para llevarlo ante la Justicia, como para rebajarse más. Si Phillip tuviera una idea, una somera idea de las cosas que había llegado a hacer para obtener información... Por supuesto, no pensaba contárselo, sólo serviría para afianzar en él la idea de que era una ramera, como la había llamado antes de irse.

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