jueves, 11 de julio de 2019

Un poquito de Lobo

Si aún no habéis leído esta novela, os invito a leerla, y si fuiste de las que compartiste conmigo esas noches en las que os hice partícipes del borrador que estaba escribiendo (¡gracias por los buenos ratos que pasamos!), y crees que ya conoces la historia, te invito a que la leas de nuevo y veas los múltiples cambios que hice.


LOBO 


Michelle sintió un nudo en la boca del estómago cuando vio los ojos del bandolero clavarse como dagas en su tío. Parecía temible, era cierto, pero ni por asomo se acercaba a lo que aquellas dos gallinas cluecas le habían contado. ¿Horrible? A pesar de no poder ver su rostro, su estampa era magnífica. Empuñaba indolentemente un par de pistolas, evidentemente cargadas, y parecía encontrarse a sus anchas, como si la casa le perteneciera. 

—¿Qué ha pasado con los hombres de la guardia? Michelle se mordió los labios apenas hizo la pregunta. Todas las miradas se volvieron hacia ella, aunque la joven no tuvo ojos más que para aquellas pupilas oscuras e inquietantes que la devoraron. No pudo reprimir que le temblaran las rodillas al verle avanzar hacia ella y retrocedió un paso. Él se le acercó tanto que hubo de alzar la cabeza para mirarlo de frente. 

—Alguien que piensa en los demás —dijo Lobo, con un atisbo de sarcasmo en la voz, arrastrando las palabras—. ¿Quién es usted, joyita? 

Su ironía irritó a Michelle, dándole nuevos bríos. Había sucumbido al miedo y a la angustia mientras escapaba de Francia, se había dejado arrastrar por el pánico cuando las detuvieron, a ella y a Claire, a punto de tomar el barco, aunque por fortuna habían podido seguir adelante bajo sus falsas identidades. Desde ese día, se había jurado que nunca más se dejaría amedrentar, que no habría hombre o mujer capaz de hacerla sentirse nuevamente como un gusano. Y se encrespó como un gallo de pelea. 

—¿Y usted? 

Lobo se quedó mirándola. Bajo el pañuelo que cubría sus facciones, cruzó una sonrisa divertida que ella no pudo ver. Sus ojos oscuros brillaron como los de un gato, alzó una mano armada y acarició el mentón de la joven con el cañón de la pistola. Ella tragó saliva pero no se permitió retroceder de nuevo ni apartó su mirada. 

—Por aquí, preciosa, todos me llaman Lobo. 

—¿Y esos hombres qué son? ¿Su jauría? 

A Silvino le sobrevino un ataque de risa, Cosme tosió, Zoilo puso los ojos en blanco... y Lobo se acercó más a ella. 

—Eso es, hermosura. 

—Para usted, mademoiselle de Clermont. 

Cosme volvió a toser. 

—Noto un ligero acento... mamoselle de Clermont. 

—Mademoiselle —le corrigió—. Soy francesa. 

—Francesa, ¿eh? —Lobo se rascó el lóbulo de la oreja con el cañón del arma—. ¡Vaya! He oído decir que las mujeres francesas son muy ardientes. ¿Es eso cierto, preciosa? 

Doña Esperanza lanzó una exclamación y doña Laura un ahogado «Dios mío». Michelle, sin embargo, permaneció erguida y solamente dejó traslucir su incomodidad al apretar los dientes. A pesar de la peligrosa situación en la que se encontraba, no se lo pensó dos veces y lo abofeteó con ganas.

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