martes, 17 de marzo de 2020

Artículo: ¿Cubiertos o inocentes instrumentos diabólicos?

Nuestros personajes acuden a cenas de gala en palacetes o lo hacen dentro de una casa de labradores. Sin embargo, dependiendo de la época elegida para crear la historia, debemos tener en cuenta, no solo las normas de etiqueta, sino los cubiertos que empleaban, porque no eran los mismos en el siglo X que en el XIX. 

Si os parece, nos damos una vuelta por tiempos pasados y vemos su evolución. 

Empecemos por La cuchara. 

Un objeto tan habitual para nosotros que no le damos importancia y solo buscamos que sea bonita o útil. Ya la usaban durante el paleolítico, no penséis que comían con los dedos o sorbiendo, no. Se han encontrado algunas hechas de hueso o madera. Hace casi cinco mil años, incluso las fabricaban con preciosos mangos adornados, véanse las egipcias o las de Mesopotamia. Y en la antigua Roma utilizaban diferentes tipos de cuchara: la llamada “lígula”, que constaba de mango y de una pala ancha, y otra a la que denominaban “cochlea”, cuyo mango en forma de aguja servía, además, para pinchar o abrir moluscos. Los materiales usados solían ser el hueso, el metal o la madera, a veces concha, plata o bronce. Posiblemente, las caras eran más objetos de lujo con que distinguir la clase social del dueño que un utensilio para comer, porque se han encontrado ejemplares en ajuares funerarios. 

He leído que en Chile se dice que fue un invento del pueblo mapuche. Y en Venezuela la palabra cuchara tiene un significado distinto, así se llama la vulva, de modo que la llaman cucharilla. Que me corrijan las que lo sepan si me equivoco. 

Como el ser humano no deja de pensar, la cuchara no solo ha servido para tomarnos la sopa, sino que se ha utilizado como unidad de medida. Por ejemplo: la dosis de una cucharada de jarabe es de 10 ml, y una cucharadita es de 5 ml. Incluso se divierte uno con ellas, ¿quién no ha visto ese juego de mantener un huevo sobre la cuchara a ver a qué participante se le cae primero? 

Pasemos al tenedor, a ver qué podemos saber sobre él. 

Los griegos y los romanos ya usaban algo parecido al tenedor para trinchar las carnes, pero aparecer, lo que se dice aparecer, fue alrededor de 1077 y su origen fue, según he leído, Constantinopla. Constantino X Ducas, emperador bizantino, casado con Eudoxia Macrembolitissa, tuvo varios hijos. Pues bien, Teodora Ana, una de sus descendientes, fue una defensora a ultranza del tenedor y, cuando marchó a Venecia para contrae nupcias con el Dux, allá se lo llevó. ¿Qué pasó entonces? Pues que se topó con quienes nunca admiten los adelantos, la tomaron por una cursi, por una mujer demasiado refinada y hasta dijeron que el instrumento en cuestión era “diabólico”. Vamos, que les gustaba comerse el cordero con los dedos. 

Catalina de Médicis, tras casarse con Enrique II, también intentó introducirlo en la corte francesa. Pero allí también debía de saberles mejor comer el cochinillo o el pollo con los dedos, porque no hubo forma, al principio, de que lo aceptaran del todo. Algo curioso que he encontrado: Catalina lo usó para rascarse la espalda. Bueno, si algo no sirve para una cosa, se usa para otra, ¿verdad? 

En fin, que en el siglo XVII acabaron por darse cuenta de que se ponían perdidos y se extendió su uso por Europa. 

Y llegamos al cuchillo. 

Este sí que fue aceptado por todo hijo de vecino desde el principio, y casi es seguro que fue el primer instrumento de todos los inventados por el hombre. Después de cazar, había que trocear la carne de los animales, de modo que los fabricaron con trozos de sílex que afilaban a golpes hasta conseguir que cortaran. 

Al aparecer el hierro, todo fue más fácil. Los egipcios ya utilizaron hace cinco mil años aparejos de hierro. 

La historia hizo que el cuchillo, usado por norma para la defensa, fuera adquiriendo otras formas menos puntiagudas para ponerlo en la mesa. Pero antes, y debido a que se trataba de un instrumento que servía para matar, fue perseguido. Eso es, perseguido. Por lo que he podido encontrar, el rey español Felipe V promulgó una orden por la que se prohibía su uso. También el Consejo de Castilla puso trabas no solo para que no se usaran, sino para destruir los que se encontraran, y durante el reinado de Carlos II encerraban un par de años al que llevara un arma con filo; si volvían a pillarlo, le caían seis años o lo mandaban a trabajos forzados a las canteras. 

Espero que os haya resultado entretenido el artículo.


No hay comentarios: