martes, 11 de febrero de 2020

Artículo: ¿Con barba y bigote? ¿O no?



¿Os imagináis alguna vez a un protagonista de novela romántica con barba o bigote? ¿Os gustan así? 

Hay quienes votan a favor y quienes votan en contra, a unas les encanta que el chico tenga barba de tres días, que tenga pelo en el pecho, y a otras que no tenga ni uno. Sea de un modo u otro, a lo largo de los tiempos el hombre ha tenido que rasurarse si no quería acabar pareciendo un orangután. Otra cosa era cómo se apañaban. Hagamos un pequeño repaso por el afeitado, si os apetece. 

Los varones se han afeitado desde la Prehistoria como un método para decorar su cuerpo. Las mujeres tardaron más en comenzar a eliminar el vello, según he leído fue hacia el 4000 a.C., utilizando algo parecido a la piedra pómez. Me he quedado un poco a cuadros, la verdad, porque no debía ser agradable el método. Claro que tampoco lo es para muchos quitarse el vello con cera y ahí está. Lo bueno es que, más tarde, empezaron a utilizar las cuchillas. De hecho, se han encontrado algunas preciosas, grabadas con maravillosas escenas de la vida cotidiana, que podemos admirar ahora en los museos, como la que os dejo de la época púnica (siglos VI-IV a.C., que podemos ver en el Museo Arqueológico de Madrid. 

Todas las culturas han seguido la moda de afeitarse, aunque cada una distinta forma. En India, por ejemplo, los hombres llevaban barba, pero afeitados el pecho y el pubis; las mujeres se depilaban ya las piernas en el 400 a.C. con pinzas o cuchillas. Y 300 años antes de Cristo, los griegos lucían el rostro afeitado, apareciendo en Roma, poco después, establecimiento dedicados a barbería. Según he leído, se acostumbraba a que los hombres se afeitaran por primera vez a los 21 años, y este hecho iba acompañado con una fiesta. Todo un ritual. Y durante el reinado de Nerón, su esposa, Popea, instauró la moda de quitarse el vello con cremas. Queda claro que a ella eso de la piedra pómez, pues no le iba del todo. 

Sin embargo, al llegar la Edad Media, esta costumbre de ir afeitado se pierde, los hombres comienzan a dejarse barbas largas, muchas veces descuidadas, y no es hasta la aparición de Brummell, que como sabéis era la elegancia personificada, cuando se instaura la práctica de rasurarse no una, sino varias veces al día. Si quitarse los pelos una vez es ya un pestiño, ni quiero imaginar lo que sería ponerse delante del espejo, navaja en ristre, dos o tres veces. Lo cierto es que, entre esto y las corbatas, no envidio a los hombres. 

Algo después, los estadounidense Kampfe sacan una afeitadora que protegía a los varones de cortes, porque se dejaban la cara hecha un asco en ocasiones; Gillette la mejora e inventa la cuchilla desechable y, desde ahí, han ido apareciendo variantes, cada vez más sofisticadas, hasta acabar en la maquinilla eléctrica a mediados del siglo XX. 

Aparte de todo esto, ¿qué pasó con los bigotes? Pues que ya se llevaban desde la antigüedad. Una de las representaciones más antiguas es la de un sirviente de la VI dinastía egipcia, unos 3000 años a.C. 

En otros tiempos,eEl bigote era un rasgo característico de la milicia y, no en pocos países, era obligado llevar bigote si se pertenecía a un regimiento. Ahora bien, con diferencias dependiendo el grado: a los jóvenes soldados o con escasa graduación solo se les permitía un bigote pequeño y delgado, mientras que en los mandos más altos se usaba un gran mostacho. Los británicos, sin ir más lejos, prohibieron a la soldadesca que se afeitara el bigote en el siglo XIX. 

Os guste un hombre con bigote o no, tenemos que reconocer que algunos de ellos (dos en concreto) hacen que identifiquemos de inmediato a la persona que lo lucía. ¿Quién no ve la cara de Dalí si nos ponemos unas guías como las que él llevaba? ¿Quién no ve el rostro de Hitler si nos colocamos debajo de la nariz un bigote corto?


   

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