lunes, 22 de julio de 2019

Artículo: Los guantes

─No se olvide los guantes, señora.

Otra prenda que aparece constantemente en las novelas de época y que es interesante, por su evolución a lo largo del tiempo.

Una de las muchas leyendas cuenta que Afrodita, la diosa del Amor en la Mitología griega, iba persiguiendo a Adonis, que era muy hermoso, por el bosque. Sin querer, se hirió las manos con espinas y las tres Gracias, escuchando su llanto, fueron a ayudarla y, uniendo tiras delgadas de suave tela, envolvieron las manos de la diosa.

Es una leyenda, claro. Pero los que habitaban las heladas estepas del norte, debido a las bajas temperaturas, empezaron a usarlos para protegerse del frío y evitar que se les congelaran las manos. Los etruscos los utilizaban y en la época de los egipcios eran considerados como un atributo exclusivo del faraón.

En tiempos de los romanos, se confeccionaban con algunas láminas de plomo en el interior, de modo que, al ser utilizados en los combates pugilísticos, el golpe al adversario resultaba más efectivo.

Todas sabéis que, en la Edad Media, los caballeros incluían los guantes en su equipo de batalla. No podía haber armadura completa sin ellos porque les protegía de los golpes y del roce constante de la espada. Cuando se llevaba a cabo una investidura de caballero, al ser presentados ante el señor feudal o ante el rey, los guantes eran parte esencial, un signo que, al ser entregado, ennoblecía al que era investido.

Pero durante ese tiempo, eran de uso exclusivo de los varones, a las damas no se les permitía llevarlos. No, no nos sirve el ejemplo de Juana de Arco. Como en tantas otras cosas, las mujeres siempre fuimos a la zaga.

El guante no solo era símbolo de caballero, también de recibir algún encargo importante que llevar a cabo por mandato de un superior.

Y, por descontado, si un hombre abofeteaba a otro con su guante, el duelo estaba servido. El retado, si no quería quedar como un cobarde delante de todos, no tenía más que aceptar batirse con la persona a la que, supuestamente, acababa de ofender. De ahí lo de “recoger el guante”.

¿Cuándo empezaron las mujeres a utilizarlos? Pues más o menos sobre el IX. Los fabricantes, que no eran tontos, se dieron cuenta de que las damas podían también proteger sus manos de las inclemencias del tiempo, o por simple coquetería, y empezaron a confeccionarlos de distintos materiales. Usaron piel de animales como el conejo, el cordero o la cabritilla, entre otros. Las más adineradas, sin embargo, querían distinguirse y pidieron otro tipo de material, por lo que se hicieron de marta, nutria, lobo o zorro. Por descontado, las de más alta clase añadieron a los guantes piedras preciosas, encajes o perlas. Y durante los siglos XII y XIII se podían adquirir incluso perfumados con varias sustancias como el azahar o las rosas. A veces, un juego de guantes costaba una verdadera fortuna.

La Iglesia no se resistió a esta moda, aunque los guantes litúrgicos iban engalanados con cruces o signos de culto.

En la época que nos gusta elegir para nuestras novelas románticas, las ladies solían usarlos, a veces, de la misma tela del vestido, haciendo juego. Y no admitían tocar a un hombre sin el guante puesto porque resultaba algo indecoroso.

Yo reconozco que, de haber vivido en ese período de tiempo, lo habría pasado mal; soy incapaz de ponerme guantes y, si alguna vez me ha dado por ahí, algo se me ha caído de las manos. Y es que ya lo dice el dicho: gato con guantes, no caza. 

Ojalá os haya entretenido este artículo.

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