jueves, 20 de junio de 2019

Unas páginas de Brumas...

Te invito a que leas unas páginas de mi novela Brumas, si no la has leído aún, espero que te incite a hacerlo, si lo has hecho, ojalá que te traiga recuerdos de los buenos ratos pasados con ella.




BRUMAS 


A Lea se le paró el tiempo cuando se encararon en la distancia. Aquellas pupilas quemaban y una desazón incómoda corcoveó por su columna vertebral. Pero el hechizo se rompió: una dama se acercó a Ormond y posó la mano en su brazo. Ellis pareció perder su interés e intercambió algunas palabras con ella. Surgió en Lea una repentina y estúpida animadversión hacia la mujer, que aumentó al auparse para susurrarle brevemente al oído, levantando apagados murmullos. Ormond encogió un hombro, ahuecó de su brazo la mano de la dama, desanduvo sus pasos hacia el anfitrión y dirigió su vista a Lea. El conde de Westtin escudriñó a su alrededor, la miró directamente y cuchicheó algo al duque. Éste asintió, se volvió ligeramente para verla una vez más, como lo hiciera antes, y a ella le sobrevino la sensación de que la estaba desnudando en público. Un leve rubor le cubrió las mejillas, aunque nunca había sido propensa a las muestras de timidez. Pero, a pesar de la comezón, se mantuvo firme, sin desviar su atención de él. Se propuso tratarlo con el mismo descaro y así lo hizo. La incomodaba sobremanera ser el centro de atención, pero sacó fuerzas de flaqueza y elevó el mentón. Él parecía un lobo entre ovejas. O algo peor, se dijo Lea. Un ángel caído entre devotos creyentes. ¿Fue fruto de su imaginación o el duque le hizo una ligera inclinación de cabeza? 

Lea no reaccionó cuando él se hubo ido, pero sí cuando Tina se la colgó del brazo. 

—¡Te ha mirado! ¡Oh, Dios, te ha mirado, Eleanor! 

—Me haces daño. 

—¡Dime que no le conoces! 

—Pues claro que no le conozco, Tina. ¿Qué es lo que te pone tan nerviosa? 

—¡Oh, Señor...! 

—Por cierto, ¿quién era esa mujer? 

—¿Qué mujer? 

—La que ha estado hablando con él. 

—Amelia Hossman. Es viuda de un aristócrata austríaco, aunque nunca ha vuelto a utilizar el título desde que murió su esposo. Seguramente es la única amiga de Ormond y se rumorea que mantuvieron un romance. Ella parece estar lo bastante loca como para insistir en volver a conquistarlo. 

Lea rastreó a la dama, que se perdía ya entre los bailarines que ocupaban de nuevo la pista. El demonio se había ido y los mortales retornaban a la actividad, se dijo. 

Durante el resto de la velada no hubo otro tema de conversación que no fuera la corta e inquietante visita, y Lea escuchó tantas historias disparatadas que acabó hartándose y decidió abandonar la fiesta. 

Mientras el carruaje que la devolvía a casa de los Bermont traqueteaba por las oscuras calles londinenses, no pudo dejar de pensar en Ellis. ¿Realmente era un asesino?, se preguntaba. Lea no se dejaba influenciar fácilmente por comentarios maliciosos. Para hacerse un juicio de valor siempre intentaba conocer las dos partes. Sin embargo, algo le decía que cuanto más lejos estuviera de Ormond, mejor para su tranquilidad.

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