jueves, 16 de mayo de 2019

Recordando Alma vikinga

Si ya leíste Alma vikinga, te invito a leer este trocito para recordar conmigo esta novela. Y si aún no lo has hecho, espero que este aperitivo te invite a hacerlo.




ALMA VIKINGA 


—¡Por los cuernos de...! — bramó Ishkar abriendo los ojos. 

Quiso incorporarse y el dolor de la cabeza se tornó agónico, obligándole a dejarse caer de nuevo sobre las pieles. 

—Quédate quieto. 

Ishkar obedeció hasta que sintió remitir un poco la molestia. A través de los párpados entrecerrados vio que se encontraba al abrigo de una tienda de campaña. Goonan aplicó un paño sobre el pecho y él respingó, soltó otra maldición y apretó los dientes, retorciéndose sobre el camastro. 

—Quieto —gruñó el pelirrojo. 

—¿Qué demonios me estás haciendo? 

—Intento evitar que te desangres, pero me lo estás poniendo difícil. 

Ishkar se fijó entonces en la herida. Seguramente había perdido mucha sangre porque se encontraba tan débil como una criatura de pecho. 

—Quémala de una vez y acabemos. 

El pelirrojo cruzó la mirada con él un segundo y luego, sin una palabra, alargó la mano tomando la empuñadura de la daga que había mantenido entre las ascuas del fuego. Sin vacilar, aplicó la hoja candente sobre el corte. 

El cuerpo de Ishkar se tensó mientras cauterizaba la herida y se expendía por la tienda el desagradable olor a carne quemada. Para cuando Goonan terminó, había vuelto a desmayarse. Regresó al mundo de los vivos horas después. Había caído la noche y su segundo, sentado en el suelo, luchaba por no ceder al sueño. 

—¿Cuánto tiempo he dormido? 

La pregunta despabiló por completo al gigante pelirrojo que, de inmediato, se acercó a él. Su siempre severo rostro se distendió en una sonrisa complacida. 

—¿Cómo te encuentras? 

—Como si me hubiese pasado por encima toda la caballería. ¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? 

—Tres días. 

—¡¡Tres días!! —Ishkar se incorporó de golpe y un dolor lacerante le atravesó el pecho—. ¡Condenación! 

—Parece que estás en plenas facultades — se echó a reír el otro—. Nunca he escuchado a un moribundo berrear de ese modo, así que, por fuerza, has de encontrarte mejor. 

—Búrlate encima. —Se dejó caer de nuevo—. ¿Cómo acabó la pelea? 

—Los ingleses huyeron como conejos. Y nosotros nos encontramos ahora a poca distancia de la ciudadela, que tomaremos en cuanto tú des la orden. 

—Están locos. ¿La viste? —Se incorporó apoyándose en un codo—. ¿La viste, viejo oso, o yo estaba soñando? 

—No soñabas. — Goonan escanció una copa de cerveza que le puso en la mano—. Era una mujer. 

—Era una chiquilla. 

—No tanto. 

—¡Por el caballo de Odín, Goonan! ¿Qué clase de pueblo es el que manda a las mujeres a la batalla? Pude haberla matado. 

La carcajada del pelirrojo retumbó en el silencio de la noche. 

—Fue ella la que casi nos obliga a preparar el ritual de tus funerales, muchacho. 

—Bueno... —Ishkar notó que le subía el sonrojo a la cara—. Me sorprendió. ¿Quién podía pensar que era una mujer, cuando manejaba la espada como una fiera? —Echó un vistazo a la expresión socarrona de su amigo y rio entre dientes—. Era una belleza. ¿Escapó? 

—De momento. Mientras trataba de sacarte de debajo de las pezuñas de tu propio caballo un tipo con cara de pocos amigos la montó tras él, poniéndola a salvo. 

La lona de la tienda se abrió y Erik entró envuelto en su capa de piel. Se quedó mirando a su hermano un largo momento y luego preguntó: 

—¿Cómo te encuentras? Faltó muy poco para que te matasen, hermano. 

—Faltó muy poco para que te pudieses proclamar líder, cierto —respondió él, mordaz. 

Erik apretó los puños a los costados y, aunque por sus ojos atravesó un relámpago de furia, acabó por cabecear sonriente. 

—Tu ironía habla de recuperación y yo, como el resto de los hombres, me congratulo de ello. Los habitantes de Moora aguardan a su conquistador. —Olvidándose de él, se dirigió a Goonan—. Los ingleses han enviado a un emisario. Viene en nombre de un tal Zollak. Parece que el sujeto quiere evitar más muertes y desea parlamentar con nosotros. Nos invita a que mandemos una representación a la ciudad. 

—No me fío de ellos — argumentó el pelirrojo. 

Ishkar se levantó obviando la molestia de la herida y salió de la tienda. A lo lejos, pudo ver las murallas de la ciudadela recortadas bajo la luz de la luna. 

—¿Dónde está ese emisario? 

—Atado como un buey hasta que decidas qué hacer con él. 

—Si nos avenimos a parlamentar, quiero tener en nuestro poder a un rehén. No pienso arriesgar la vida de ninguno de nuestros guerreros dejando que entren en esa ciudad como corderos. Un rehén de la familia de ese Zollak. Goonan, acompáñale. 

Volvió a la tienda y se tumbó, dejando que los otros cumpliesen sus órdenes. Le escocía la herida y volvía a dolerle la cabeza. Se quedó dormido evocando unos ojos azules, grandes e hipnóticos.

Sigue leyendo: rxe.me/T4HWVZW


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