domingo, 14 de abril de 2019

Artículo: El divorcio

Divorcio. Palabra casi prohibida en las novelas románticas, salvo que se ajuste a personajes secundarios. ¿Por qué? Pues porque nuestros protagonistas no se divorcian y se acabó. O lo hacen para luego volver a unirse. Eso de aquí se acabó todo y tú sigues tu camino y yo el mío, nada de nada. No lo admitimos. Tienen que acabar casados y bien casados, como está mandado. 

Ahora bien, puede resultar interesante aclarar la aparición de un divorcio en una novela romántica y echar la vista atrás para conocer esta práctica en los antiguos pueblos. 

El divorcio viene de lejos, casi desde que se instauró el matrimonio. Solo algunas culturas no lo admiten por causas religiosas. 

La Historia nos demuestra que en tiempos pasados (retrocedamos hasta los babilonios), romper con una unión estaba admitido bajo ciertas normas. En Babilonia cualquiera de los cónyuges podía solicitarlo aunque, para volver a darnos de cabezazos contra la pared, si el divorcio se pedía debido a la infidelidad de la mujer, ésta era rea de muerte. Me suena esto a pesar de haber pasado siglos. Los tiempos cambian, pero la mente de los humanos no tanto. 

Los aztecas no eran tan cerrados: entre ellos igual uno que otro podía demandarlo, siendo libres después para contraer nuevo matrimonio. 

Los celtas podían tener más de una esposa, pero también se consentía la separación. 

Los hebreos podían tener varias mujeres y repudiarlas sin más argumento que el de me he cansado de ellas. 

Entre los griegos, si se divorciaban o el hombre repudiaba a la mujer, tenía que devolverse la dote. Este pueblo pensaba, por algo han tenido filósofos que, aún hoy, podrían dar clases a más de uno. 

Pero qué duda cabe que los romanos se llevaban la palma. Allí te casabas si había algo que dejar a los herederos; en caso contrario (como pasaba con los esclavos), vivir juntos sin ceremonias de por medio era más que suficiente. ¿Para qué papeleo innecesario? 

Como vemos, con sus más o sus menos, pudiendo pedir el divorcio el caballero o la dama, siempre se ha admitido romper ese vínculo. 

Hasta que llegó el cristianismo. 

Palabras mayores. 

Porque al tomarse el matrimonio como un sacramento divino, no había marcha atrás. Ahora bien, siempre hubo quien se lo saltó a la torera o consiguió anular su unión argumentando no haber tenido relaciones sexuales, por mucho que fuera incierto. El poder y el dinero, ya se sabe, hacen milagros. 

Dejando a un lado distintas costumbres, quiero hacer una pequeña referencia a los divorcios en la época en que están inmersas muchas de nuestras novelas románticas, para que esas lectoras que abren los ojos como platos, pensando en que hay un error, lo vean más claro. 

De todas es sabido que muchos matrimonios se basaban en los intereses pero, así y todo, era la meta para cualquier joven. Permanecer soltero era un desastre, por mucho que la mayoría de nuestros protagonistas masculinos se defiendan (al principio) como gato panza arriba para no ir al altar, y las heroínas pasaran a ser unas pobres solteronas, mal vistas por la sociedad en cuanto se les empezaba a pasar el arroz. Para unos y otros permanecer soltero era un fracaso, se mirara por donde se mirase. Además, las mujeres eran educadas para convertirse en esposas y madres porque, sumado a todo ello, el sexo femenino carecía, la mayoría de las veces, de medios propios y económicos para ser independiente. 

Tuvieran o no los medios, pesaba más quedarse soltera que perder las propiedades a favor del esposo, quien se hacía con el dominio de todo. 

Afortunadamente, no todas pensaron así, comenzaron a movilizarse y ya en 1790, en Francia, donde el papel de la esposa era la sumisión, se auparon contra el abuso exigiendo que se impusiera el divorcio como medio para paliar la degradación de la mujer. 

En la Inglaterra de 1857 se consiguió un cambio que facilitó la ruptura del vínculo matrimonial haciéndolo menos oneroso, llevándose a cabo unos 600 divorcios anuales al finalizar el siglo. 

No por ello supuso la panacea de todos los males: la mujer seguía infravalorada y muchos consideraban el nuevo estado como un escándalo mayúsculo. 

Pero fuera bueno, malo o peor, se divorciaban.

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