domingo, 7 de abril de 2019

Artículo: El bordado

Todas nuestras protagonistas tenían que saber coser sí o sí. Igual da que sean damas medievales o victorianas. El hecho de que algunas de las que aparecen en nuestras novelas no sean virtuosas de la aguja, prefiriendo otros entretenimientos menos femeninos, nada tiene que ver con el hecho de que la mujer tenía que saber coser y punto. De modo que, si os apetece, vamos a darnos una vuelta por épocas pasadas, para saber un poco más acerca del bordado.

Se utilizaban hilos de seda de variados colores, de oro y de plata; muchas veces, dependiendo de qué tipo de trabajo estuvieran haciendo, ensartaban lentejuelas (es muy posible que esta moda viniera de Arabia), piedras preciosas e incluso perlas.

En Egipto y en Asia se confeccionaron bordados bellísimos. Parece ser que el arte de bordar surgió en Babilonia y los egipcios consiguieron superar en elegancia y sutileza esos trabajos. Por desgracia, no han podido hallarse vestigios, sin embargo, historiadores y pinturas han dejado de manifiesto que existieron. Como existieron también en Grecia y Roma.

Es a partir de la Edad Media cuando los bordados comienzan a ser, ya no solo trabajos de adorno, sino auténticas piezas de lujo. Mucho tuvieron que ver las Cruzadas, que impulsaron a los artesanos a realizar magníficas obras en las que se podían ver los escudos heráldicos y otros motivos caballerescos. Por lo que he podido saber, hay varias clases de punto: pasado, cadeneta y cruzado. El de cadeneta, no sé si porque era el más complicado de hacer, fue desapareciendo, quedando el punto plano. Cada vez se utilizan más los hilos de oro y plata, todo noble que se preciara tenía operarios para confeccionarle costosos bordados y el precio de una de esas piezas podía llegar a ser desorbitante. Caras o no, España fue, desde el siglo XV, uno de los países donde más se encargaban ese tipo de trabajos. En el XVI aparece el bordado a canutillo, que ha prevalecido hasta nuestros días.

Todos hemos podido admirar en los museos de las catedrales, las casullas bordadas. Pues bien, algunas de estas eran incomodísimas de llevar por su peso, debido a la cantidad de metal y repujados. En la catedral de Colonia se puede ver una que data de 1740 y pesa nada menos que 13 kilos.

Pero adelantándonos en el tiempo, llegamos a lo que más nos interesa en nuestras novelas de época: el bordado en la vestimenta de los caballeros. Aquí ya podemos admirar multitud de casacas o chalecos confeccionados en seda. Se bordaban los cuellos, las bocamangas, las pecheras… Colores variados y vistosos, oro, plata e incluso seda negra. Los dibujos podían ser flores pequeñas, ramas o cualquier otro tipo de dibujo.

La llegada de la industria, en el XIX, hace que el trabajo a mano vaya siendo sustituido por las máquinas, pero los artesanos del bordado nunca desaparecerán mientras no desaparezca el gusto por una obra de arte. Las máquinas puede que hagan el mismo trabajo, pero los dedos de quienes bordan impregnan la pieza de amor. Yo me quedo con los segundos. Y, de vez en cuando, me doy una vuelta por el Madrid antiguo, por la calle dedicada a estos artesanos: Bordadores. Para los que no hayan pasado por allí, les diré que en esta céntrica calle tenían sus tiendas los que bordaban en seda y, debajo de una de las capillas de la iglesia de San Ginés, había un oratorio donde lunes, miércoles y viernes se practicaban ejercicios espirituales. Imagino que para dar las gracias por ser un artista. 

Espero que os haya gustado este artículo.

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