viernes, 22 de marzo de 2019

Artículo: El láudano y el opio

En otra de las ocasiones que necesité investigar para una de mis novelas, surgió el siguiente artículo que comparto con vosotros.

El láudano y el opio

¿Quién no se ha encontrado en una novela de Regencia con el laúdano? ¿Sabemos exactamente qué es, de dónde sale y quién lo inventó? 

Pues al parecer lo hizo un alquimista, médico y astrólogo suizo nacido en 1493. Un hombre que creó algunos medicamentos para luchar contra las enfermedades y del que se decía que había conseguido convertir el plomo en oro. 

El láudano era una preparación compuesta por clavo, canela, vino blanco, azafrán... y opio. No es por tanto extraño que las personas a las que se les administraba cayeran en un estado que rayaba la inconsciencia. Tampoco lo es que, casualmente por ello, nuestros aguerridos protagonistas se nieguen casi siempre a utilizarlo cuando intentan administrárselo (qué valientes muchachos). 

El láudano no sólo se usaba para paliar las molestias de cabeza de muchas damiselas o el dolor de las heridas, sino para la ansiedad, la tos y hasta se les daba a los niños cuando les salían los dientes. Según he leído, el láudano y el opio tienen propiedades que no han podido ser superadas por las medicinas modernas, y en las boticas españolas se vendía aún en 1925. 

Sepamos ahora algo más sobre el opio, ya que es el componente principal del láudano:

Se obtiene del jugo que sale al cortar la adormidera, una planta de flores violetas o blancas que florece entre abril y junio, y se le da distintos nombres, desde o-fu-jung o veneno negro (en chino) hasta God's Own Medicine o la propia medicina de Dios (en inglés). 

Referencias a esta droga podemos encontrarlas desde la época de los sumerios, en los bajorrelieves del palacio de Ashurnasirpal II, que tuve la suerte de poder ver en el Museo Metropolitano de Nueva York, e incluso en las estelas egipcias. 

Los griegos atribuían a la adormidera propiedades de fecundidad. 

En los templos de Esculapio -dios de la Medicina para los romanos-, los hospitales de entonces lo primero que hacían cuando ingresaba un paciente era suministrarle opio, sumiéndole así en un sueño sanador. Muchos emperadores romanos, como Marco Aurelio, hacían uso de la droga y los médicos la utilizaban para que los enfermos terminales pudieran morir sin dolor. Tan extendido estaba el aprecio por la adormidera, que hasta se acuñaron monedas. 

Un dato curioso que cito casi textualmente: En el 301 se fijó el precio de una vasija de unos 17 litros en 150 denarios y representó un beneficio de un 15% de la recaudación fiscal. Ya en ese tiempo Hacienda eran todos. 

No quiero extenderme mucho para no aburriros, pero es interesante saber que según escribió Hans Sachs en el XVI, los cadáveres de los sarracenos seguían teniendo el falo duro y erecto, nada extraño puesto que los turcos consumían opio y esta droga producía excitación sexual incluso estando muerto. ¡¡¡Toma ya!!! 

También debemos saber que el envío de esta droga desde Francia, Inglaterra y EEUU a China, llevó a lo que se llamó Las Guerras del opio. Aunque el Emperador Daoguang prohibió su consumo debido a la increíble cantidad de adictos –en 1839 ya estaba al alcance de cualquier labriego-, para los británicos era un modo inmejorable de conseguir ganancias. Así que, para acabar con el conflicto, al emperador chino no le quedó otro remedio que firmar acuerdos y abrir sus puertos al comercio con Occidente, cerrados hasta entonces. 

Y como no podía ser de otro modo, el consumo del opio se extendió también por EEUU, Inglaterra, Canadá y Francia, tomándose primero en pequeños círculos y surgiendo después establecimientos dirigidos por chinos donde la sustancia se mezclaba con el tabaco. Occidente se vio forzado entonces a llevar a cabo campañas contra la droga para 
concienciar a la población. Pero, clandestino o no, el opio se continuó consumiendo y la clase pudiente pasó a hacerlo en sus propios hogares. 

El último fumadero de opio en Nueva York fue cerrado en 1957.

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