lunes, 3 de abril de 2017

Lee Reinar en tu corazón

Como heredera, carecía de la libertad de la que gozaban otras muchachas para elegir esposo, pero no se quejaba. Sabía de antemano la servidumbre que le suponía su lugar en la vida, el gravamen de ser hija de su padre, de tener que velar por el bienestar de sus súbditos cuando él faltase. No quería pensar en ello, la tristeza la embargaba al imaginarse sin su compañía, su apoyo y dirección. Ahora estaba a menos de una semana de convertirse en una mujer casada. Necesitaba un consorte. Se rebelaba ante el hecho que representaba tener que compartir por fuerza su vida con un varón que, inevitablemente, reduciría su libertad; una libertad de la que tanto había gozado merced a un padre benevolente. Pero así estaban las cosas, así era el mundo y ella no podía cambiarlo por más que quisiera. Sergei Barlov. Un joven que le llevaba seis años. Rubio, de clarísimos ojos azules y sonrisa de niño travieso que enamoraba a cuantas muchachas lo miraban. Tatiana sentía afecto por Sergei, pero no estaba enamorada. Aunque daba por sentado que su matrimonio llegaría a buen término. Su futuro esposo era un hombre culto, cariñoso y sereno, muy capaz de cooperar con ella en la compleja labor de gobierno y de las intrigas palaciegas.

—En cuanto se celebre la boda —oyó que decía su padre—, quiero que partáis hacia Francia. La muchacha se incorporó, clavando en él su mirada.

—No me iré hasta que mejore, padre.

La risa cascada de Iván Smirnov provocó ecos en el salón. Hundió los dedos entre los mechones del cabello de su hija, acariciándoselo.

—Siempre preocupada por mí. Aún me quedan fuerzas y quiero que tú tengas un viaje de novios que puedas recordar siempre.

—Está enfermo. Ni Sergei ni yo disfrutaríamos sabiéndole así. Ya habrá tiempo para viajes. Además... —se encogió graciosamente de hombros—, ningún lugar es tan bonito como Orlovenia.

—En eso te confundes, hija. Nuestro pequeño país es sólo un diminuto territorio. Próspero, es verdad, porque nunca hemos entrado en guerra con nuestros vecinos, pues siempre hemos sabido sacar el mejor provecho de las alianzas. Pero pequeño. Más allá de nuestras fronteras, existe todo un mundo por descubrir. Y yo quiero que lo descubras completamente. Es mi deseo soberano que tu futuro esposo y tú emprendáis viaje tan pronto como finalicen los festejos.

Tatiana no se iba a dar tan pronto por vencida. Se levantó. El monarca la observó con detenimiento. Era de mediana estatura, muy bonita y bien formada.

—Ya no soy una niña, padre, le ruego que no me trate como tal. Sé lo que está sucediendo, los problemas en que estamos inmersos. No le va a servir una simple orden para alejarme del peligro. No esta vez.

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