viernes, 7 de abril de 2017

Lee La Bahía de la Escocesa

Distrito de Westminster, Mayfair, Londres

Ladislaus Mortimer era un hombre de complexión delgada, aspecto taciturno, rostro severo. Servía en la mansión Braystone desde que le alcanzaba la memoria y siempre se había sentido muy cómodo con la familia. Pero ahora estaba irritado. El antiguo conde había sido un caballero tranquilo, de gustos sencillos; como su esposa, la difunta lady Anabell, Dios los tuviese a ambos en su Gloria. Y él, en consecuencia, había disfrutado de una vida plácida, sin sobresaltos. Hasta que el actual conde se había hecho cargo del título, decidiendo pasar algunos meses al año en Braystone Castle y el resto en Londres. Cuando el joven estaba en la ciudad, Mortimer andaba de cabeza. Aunque, pensándolo bien, era mucho peor cuando lo acompañaban en Braystone Castle los dos hermanos menores, más pendencieros aún que milord.

Descorrió las gruesas cortinas para que la luz inundara la recámara. Se volvió hacia el lecho y aguardó, con las manos en las solapas de la chaqueta. Tosió varias veces, pero quien ocupaba la cama no dio señales de haberlo oído, así que se acercó y le tocó el hombro.

—Señoría —llamó.

La figura contestó con un bufido, pero no se movió. Mortimer aguardó unos segundos e insistió.

—Milord. Las mantas se levantaron de sopetón, y bajo ellas apareció un rostro moreno,de cabello oscuro, revuelto, que abrió sólo un ojo enrojecido e irascible que clavó en él.

—Un día de éstos, te rebanaré el cuello. ¿Me oyes, Ladislaus?

—Sí, milord.

Christopher volvió a cubrirse la cabeza.

—¿Qué hora es?

—La una y media, señor.

Se oyó un juramento de grueso calibre, se produjo un revuelo de ropa y el conde salió de la cama como si se hubiera encontrado una cobra entre las sábanas. Se quedó de pie, parpadeando, desnudo como su madre lo trajo al mundo, desconcertado. Se frotó la cara y enfocó a su ayuda de cámara.

—¿La una y media?

—Eso es, milord.

—¡Demonios! —Mortimer le alcanzó una bata, que se puso de inmediato—. ¿Por qué no se me ha despertado antes? Tenía una cita, ¡maldita sea!

—Lo intentamos, señoría, pero Peter está aún tratando de recuperarse del susto.

—¿Qué?

—Que casi se abre la cabeza, señor.

—¿Qué le ha sucedido?

—Ha venido a llamarlo, milord. Pero ha acabado en el pasillo, junto con un candelabro.

Christopher se quedó boquiabierto.

—¿Que yo...? ¿Cómo puede ser?

—No ha pasado nada, milord, sólo el susto —zanjó el ayuda de cámara—. Su baño está preparado, señor.

Chris se maldijo mentalmente y maldijo a Ruppert y al ministro. Debía de haber llegado como una cuba para proceder de ese modo. Tenía que disculparse con Peter, porque su comportamiento no tenía excusa.

—Bajaré en un momento. —Se dirigió al cuarto contiguo—. Y dile a Peter que quiero verlo, por favor.

—Sí, señor. Por cierto, lady Agatha y lady Eleonor han llegado hace horas. Poco después de que su señoría se acos... Quiero decir, después de que lord Amsterdill acostara a milord.

Se fue sin hacer ruido. Gresham se quedó mirándolo alelado. La noticia acababa de despejarlo del todo. Cerró la puerta del baño con demasiada fuerza, encogiéndose cuando el ruido retumbó en su cabeza. ¡Condenado Tommy! Lo había hecho emborracharse como un necio. Pero ya ajustarían cuentas. Se quitó la bata y se metió en la bañera con un suspiro. Se recostó, cerró los ojos y recordó la noche anterior. Habían visitado varios garitos. Jugando. Y, no cabía duda, bebiendo más de lo prudente, lo que en él era ilógico.

Peor aún, no había conseguido ningún dato relevante en relación con el asunto que lo ocupaba.

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