martes, 4 de octubre de 2016

Artículo: El perfume y los cosméticos

Os invito a que leáis este artículo sobre el perfume y los cosméticos.



Ella suele oler a rosas o a jazmín; él, a sándalo. Es lo que nos encontramos la mayoría de las veces en las novelas románticas de época, pero ¿qué sabemos acerca de los perfumes y los cosméticos a lo largo de la Historia? Si me acompañáis un ratito, os cuento lo que he averiguado.

La palabra perfume proviene del latín y hace referencia al aroma que desprendían ciertas sustancias al ser quemadas. A lo largo del tiempo se han utilizado diferentes productos para conseguir perfumes, desde musgo hasta agua de flores.

Vayamos hacia atrás... 

Sumeria. 3500 a.C. Si ha existido alguna civilización adelantada, ha sido esta, junto a la egipcia. No solo inventaron la escritura o la rueda, sino que desarrollaron el arte de crear perfumes. Según he podido saber, cuando se encontró la tumba de la reina Schubab, había un pequeño frasco junto al cuerpo, divinamente trabajado con oro, donde estaba su pintura labial. Sí, sí, en aquella época las mujeres ya se pintaban los labios. Porque ellas lo valían. 

Egipto. Otra de las civilizaciones que se tomaron mucho interés en crear perfumes. Su uso llegó a ser una verdadera obsesión. Utilizaban resina, ládano, mirra... y los sacerdotes empleaban cantidades ingentes de perfume cuando llevaban a cabo las oraciones porque, según ellos creían, hacía volar el espíritu. Al levantarse, lo primero que hacían era acicalar a las estatuas de sus dioses, untándolas con perfume y aceites. Luego se maquillaban ellos, en la creencia de que así los dioses les escucharían mejor, atendiendo con más celeridad sus peticiones. 

Esta creencia dio pie a que utilizaran también aceites perfumados para ungir a los cadáveres, de modo que llegaran al lado del dios en las mejores y más agradables condiciones. Por eso vaciaban el difunto de vísceras y lo rellenaban con mirra y otros aromas, antes de volver a coserlo y envolverlo en tiras de lino. 

Las damas de alta clase egipcias solían ponerse unos conos de grasa perfumada debajo de las pelucas para que, a lo largo del día, derritiéndose con el calor, fuera desprendiendo un olor agradable. 

En la tumba de Tut-Ank-Amón se hallaron casi 3000 botecitos de perfume que, os lo creáis o no, se dice que conservaban aún la fragancia. 

Grecia. Para este pueblo el perfume, como casi todo lo bueno de la vida, provenía de los dioses. El olor de las rosas rojas, por ejemplo, era gracias a Venus, que dejó caer su sangre sobre una rosa blanca, y a Cupido, que la besó. Por tanto, y debido a esas creencias, los que se dedicaban a vender perfumes anunciaban a bombo y platillo que la sustancia provenía del mismísimo Olimpo. Visto así, razón no les faltaba. 

Los griegos aplicaron su conocimiento de la cerámica en crear frascos exquisitos, decorados con animales o escenas que conmemoraban un acontecimiento importante para ellos, pintados a veces con oro. Trabajos increíbles que han llegado hasta nuestros días y podemos apreciar en los museos. Para que nos hagamos una idea, el «lekythos» era un frasco de lo más elegante que se popularizó entre la población y donde se guardaba el aceite perfumado, tanto para el uso personal como para ofrecerlo a los dioses. Quien no tenía clase, no tenía ni un lekythos, solía decirse. 

Roma. Aquí, entre la opulencia de las grandes fiestas y las victorias militares, floreció la cosmética más que en cualquier otra parte del mundo. He encontrado por ahí que las damas hacían que sus esclavas se llenaran la boca de perfume, para que luego se lo fueran ¿escupiendo? salpicando por todo el cuerpo. No, no se había inventado aún el pulverizador, seguro que lo ideó alguna escrupulosa. 

Si los sacerdotes egipcios se pasaban usando perfume para rociar las estatuas de los dioses, los romanos no fueron menos exagerados. Perfumaban todo: las habitaciones, las ropas, los calzados, los animales caseros y hasta algunas armas o los estandartes militares. Daba igual el acto que se llevara a cabo (entierro o boda), cualquier momento era bueno para usar el perfume a troche y moche. Nerón, sin ir más lejos, se dice que inundaba sus fiestas con pétalos de flores y soltaba pájaros con las alas impregnadas de perfume, para que el olor se expandiera por todo el recinto y entre los invitados. ¡Menudo negocio tenían montado los perfumistas! Y además, no pagaban IVA. 

Los bizantinos superaron casi el arte de Roma en la perfumería y la cosmética. Y los árabes lo perfeccionaron elaborando maravillas esencias de almizcle o Agua de Rosas. El Corán prometía a los limpios de corazón alcanzar una vida eterna donde, hermosísimas hurís, perfumadas, les recibirían. 

Y llega esa época oscura donde el mundo retrocede, se empieza a ver todo como pecado y se pierden muchas de las buenas costumbres (como lo de los retretes, si recordáis): el cristianismo. 

Perfumarse es tentación del diablo, masajearse o depilarse podía traducirse por visita de Satanás y todo su séquito para tentarte. Vamos, que el negocio del perfume se fue a freír gárgaras. No se entiende, cuando en pasajes de la Biblia se habla de aceites de mirra y áloe, e incluso a Jesucristo le perfumaron los pies y se le enterró con lienzos olorosos. 

Renacimiento. Vuelve a cambiar el tercio, se regresa a las costumbres de antes, se inventa la imprenta y se da a conocer en todo el mundo mundial los tratados de perfumería. Eso sí, recordad que en este tiempo la gente se lavaba... digamos poco, por decirlo con suavidad. Pero ahí estaba el perfume, para paliar el mal olor corporal. Bueno, eso creían. Las señoras, muy distinguidas ellas, de meterse en el agua nada de nada (eso solo lo hacen a diario nuestras protagonistas, que son muy limpias ellas), pero perfumarse a tope. ¿Sabíais que se ponían esponjas perfumadas en los sobaquillos y entre los muslos? Se me han quedado los ojos como dos ensaladeras cuando lo he leído. Y como dos paelleras al enterarme de que Enrique IV, rey de Francia, ni se lavaba ni se perfumaba. No me extraña que su esposa (pobrecilla), se desmayara en su noche de bodas. 

Lo mismo que cambiaron las costumbres sobre perfumarse más o menos, cambió también la técnica de hacer frascos para guardar las esencias y el modo de producirlas. Y claro está, Venecia fue una de las ciudades donde más floreció la industria del vidrio, creando auténticas maravillas. 

En cuanto a los cosméticos en concreto, los primeros se obtenían de plantas, de musgo o de leche animal. En Babilonia y Egipto no solo se maquillaban los ojos las mujeres, los hombres también lo hacían con khol; una forma de proteger los ojos del sol y de estar más guapos. 

¿Y los desodorantes? Pues también los usaban ya en ese tiempo, al igual que maquillajes, que componían a partir de arcilla, verde de malaquita y rojo de hematita. ¿Tinte para el cabello? Por descontado: la henna daba un rojo brillante al cabello, que quedaba ideal. 

Bueno, espero que este artículo os haya parecido interesante. Mi recomendación para hoy: mascarilla de arcilla verde para que la cara os quede suave. Podéis encontrarla en cualquier herbolario y viene con la imagen de Cleopatra.

2 comentarios:

Serena Miles dijo...

hola,
pasare a ver este articulo, tiene una pinta genial

saludos

Nieves Hidalgo dijo...

Gracias, guapa!! Ya sabes que estás en tu casa para andar por donde quieras.
Montones de besos!!