viernes, 16 de septiembre de 2016

Vientos de cólera © (Extracto del capítulo 1º)


Robin se dejó suelto el cabello, metió los dedos entre la sedosa y oscura mata, los sacudió y suspiró con deleite. Clavó sus verdes ojos en el horizonte y añoró los tiempos pasados, cuando podía pasarse horas pensando en el vestido que se pondría para una fiesta, en el sombrero que compraría o en los zapatos que encargaría. Todo eso había quedado atrás y ahora sólo le preocupaba seguir adelante, procurar el sustento a los que vivían en Roble Oscuro, evadirse de las babas de los yanquis y seguir ayudando a sus amigos rebeldes.
—¿No tienes sueño?
La voz de Patrick la hizo respingar. Giró la cabeza y le miró con el ceño fruncido.
—Pareces un gato, no te oí llegar. —Estaba muy atractivo con la chaqueta abierta y el cabello revuelto—.
Sin decir nada, él se acomodó a su lado, como hiciera tantas veces años atrás. Pero ahora las cosas habían cambiado. La tirantez existía entre ellos desde que se presentara en Atlanta como enviado del ejército de la Unión para hacerse cargo de la ciudad. Su compañerismo había desaparecido y ahora eran casi dos extraños. Claro que en realidad ¿les unía ya algo? ¡Eran los mismos desde que el norte y el sur se enfrentaran en aquella guerra fratricida que parecía no finalizar nunca? Sacó la pitillera y se puso un cigarrillo entre los labios.
—¿Me das uno?
Alzó las cejas y la observó un segundo. Luego, encendió el que sacara, se lo tendió y encendió otro para él.
—¿Desde cuándo fumas?
—¿Te importa?

No le respondió. Desde luego, no importaba. Fumar se estaba convirtiendo en una moda entre las mujeres. Lo que le fastidió es que aquella chiquilla a la que él protegiera cuando estaba en Roble Oscuro había desparecido para siempre. Era un estúpido por pensar en encontrar a la misma Robin de hacía años, cuando tantas cosas habían cambiado. Ella había crecido. Se había hecho mujer entre los sinsabores de la guerra, madurado entre la escasez y las necesidades, entre las noticias de las derrotas del sur y las indeseadas victorias de la Unión.
—Robín, tendríamos que hablar…
—¿De qué?
—No sé. De todo. —Se sintió turbado ante aquella mirada fría—. De si puedo hacer algo más por vosotros.
Ella dejó caer la cabeza y soltó una carcajada y él la miró embelesado. Su rostro era oro fundido en la creciente oscuridad y sus ojos relucían como los de un gato. Su boca era más jugosa de lo que recordaba. La garganta delicada, el cuerpo cimbreante, el cabello oscuro, largo hasta la cintura…
—¿Te parece poco lo que has hecho ya? —le preguntó cuando se quedó seria—. Míralo de esta forma, hombre: hasta ahora no éramos más que otra de las pocas familias decididas a quedarse en su hogar a pesar del invasor. Con su orgullo intacto. Ahora, con tu llegada, tus regalos, tu comida y tus ropas, nos has convertido en la comidilla de todos nuestros amigos y vecinos. —Contenía la rabia—. ¡Nos has convertido en traidores al sur!
Patrick se incorporó y quedó en pie frente a ella. Lanzó el resto del cigarrillo y clavó sus ojos dorados en Robin. La hubiera abofeteado por aquellas palabras.
—No era mi intención. Lo siento, si lo ves de esa forma.
—Y ¿cómo quieres que lo vea? —le gritó—.
—Sólo he tratado de hacer vuestra vida más fácil.
—¡Podías haberte guardado tu ayuda! ¡Podías haberte ahorrado tus regalos y dejarnos en paz! A ver si te entra una cosa en esa cabeza de tripa azul que tienes, Patrick: ¡no queremos nada que provenga de los yanquis!
Perdió la paciencia de la que hizo gala hasta entonces. Había soportado demasiado sus pullas, su desprecio. ¡Maldita sea! Le quitó el cigarrillo de la boca de un manotazo y la alzó para tomarla por los hombros.
—Escucha. No tengo la culpa de esta mierda de guerra, ni de estar en el bando contrario, ni de la muerte de Mark. Yo quería a mi primo. ¿Crees que no lloré cuando me dieron la noticia? ¿Crees que no he lamentado mil veces que los nuestros estén en bandos separados?
Robin se apartó con un gesto brusco.
—¿Qué puede importarle todo eso a un tripa azul?
—Ya entiendo. Lo que te irrita es que yo sea militar. Te importa poco todo eso de la reputación y las habladurías. ¡Cuándo te ha importado! Antes de que estallara la guerra no eras lo que se dice una damita, siempre te saltaste las normas y te portaste como un macho cabrío. ¡Mírate, no has cambiado en nada a ese respecto! Te importa un carajo si he puesto el nombre de los Coulder en entredicho. Lo que realmente te irrita es que un mayor yanqui devuelva a Roble Oscuro un poco de su anterior condición.
—¡Maldita la falta que nos hace eso! ¡Yo podría haberlo hecho!
—¿De veras? —La agarró de nuevo de los brazos y la zarandeó—. ¿Qué hubieras sido capaz de hacer para conseguirlo, para dejar vuestro orgullo intacto?
—¡Todo!
—Por Dios… Tío Orase estaba a punto de desaparecer como un fantasma, tía Clementina ha perdido la razón. Los trabajadores no tenían ropa ni comida… ¿Qué ves de malo en mejorar un poco vuestra vida? A fin de cuentas, en otro tiempo, yo pertenecía a Roble Oscuro.
—Tú lo has dicho, Patrick —le contestó con la mirada acuosa—. En otro tiempo. Ahora ya no perteneces a esta tierra herida por las botas de tus hombres y regada con la sangre de los nuestros.
Había tanta rabia en sus palabras que la soltó y retrocedió un paso. La guerra la había cambiado demasiado. Les había cambiado demasiado a los dos.
—Si me demuestras que alguien puede cuidar de vosotros, Robin, me marcharé.
—Yo he cuidado hasta ahora de todos.
—Lo has demostrado, sí. Has mantenido a los trabajadores, has pagados los impuestos… pero hay otras cosas.
—¿Qué cosas?
—Atlanta es una ciudad tomada. Ya no impera el orden de vuestro bendito sur. Hemos llegado los yanquis y vamos a quedarnos. Las cosas han cambiado. ¿Cuánto crees que tardarán tus vecinos en unirse a la gente que llega incesantemente? No podéis estar aferrados a tiempos pasados.
—¿Qué debemos hacer, entonces? ¿Ponernos nuestras mejores galas ajadas y sucias para recibir a los de tu ralea?
—El sur necesita ayuda. Cuando esta maldita guerra finalice sólo será un fantasma. Lincoln quiere restañar las heridas. ¡Somos una misma nación, Robin!
—Hermosas palabras para los vencedores, pero no hace falta que vengas a darme sermones.
—Robin…
—Ni nos hace falta que te nombres adalid en nuestra causa, Patrick. Tengo amigos que nos ayudarán a levantar de nuevo la cabeza.
—¿Qué amigos?
—Eso no te importa. —Ella le miró con desprecio y le dijo—: Hombres.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Nieves, hace siglos que no leo un libro con esta temática y me apetece un montón. Como siempre me has dejado enganchada al primer capítulo.
Un beso,
María

Anónimo dijo...

Como siempre, me quedo con la miel en los labios. Otro libro que pinta de lujo.

besitos,
Coni

Anónimo dijo...

Después de leer Orgullo sajón y quedar absolutamente fascinada con el libro, he decidido entrar en su web para darle la enhorabuena. Lo que no sabía era que me iba a encontrar con todo un arsenal de novelas que por lo poco que he visto hasta ahora tienen una pinta divina. Muchas felicidades por el libro. Tiene a partir de ahora en mi una fiel lectora.

Begoña Ruiz

Bego dijo...

Hola querida amiga Nieves.
Paso a saludarte.
Hace muchos días que no te visito, tengo que ir poniéndome al día con todo lo nuevo que has ido colgando.

Un beso.

Alba Úriz Malón dijo...

Uahh, noo, no me dejes con la intriga, jajaj xDD
Ha sido la bomba lo último que dice ella: "Hombres"... ¿Cómo reaccionará?
Besotes!

Anabel Botella dijo...

Hola Nieves. Vengo a hacerte una visitilla. Muy interasante este primer capítulo. Ya tengo en mis manos Lo que dure la eternidad. Después de leerme a Moruena empiezo con el tuyo.
Saludos desde La ventana de los sueños.

Solima dijo...

Me gusta muchísimo este tema, Nieves. Ya estoy enganchada y sólo he leído un trocito.

Un beso.

Anónimo dijo...

Sólo venía a darte un beso y me he encontrado con dos capítulos de una de mis temáticas preferidas.
Este me ha encantado. Voy a leer el otro.

Te dejo el beso que te traía.

Mayte

Nieves Hidalgo dijo...

Gracias a todas por estar siempre ahí. Espero que os guste el regalo que os hago con todo cariño: la novela "Ariana". Es mi forma de agradeceros todo cuanto hacéis y decís.

Un abrazo.