sábado, 30 de octubre de 2010

BABY, LA ESPÍA DE MIS SUEÑOS


Algunos post atrás os hablé de unas novelas que formaron parte de mi juventud: Almas en la sombra, el Brezal de las nubes y El caballero de los brezos.

Hoy quiero dedicar un homenaje a un personaje de ficción que no sólo me hizo pasar momentos increíbles, sino que me procuró un sinfín de aprietos persiguiendo, loca de mí, emular a la mejor espía del mundo: Brigitte Monfort, más conocida en los ámbitos internacionales como “Baby”.

Baby nació de la mágica pluma de Lou Carrigan, pseudónimo de Antonio Vera Ramírez. Y aunque el autor tiene decenas de obras, me voy a limitar a mi espía.

La protagonista de muchísimas novelas que salían a la venta cada semana, es una bella e intrépida periodista, estadounidense de origen francés, hija de la audaz heroína del maquis francés durante la Segunda Guerra Mundial, Giselle. Logra alcanzar el Premio Pulitzer y dirigir la Sección Internacional del prestigioso diario Morning News y vive en el Crystal Building de la Quinta Avenida, frente a Central Park.

Hasta aquí, podría tratarse de un personaje de tantos, ¿verdad? Podría. Pero en el fichero especial de la C.I.A., y con el nombre clave de “Baby”, consta como Agente N.Y. 7117, apta para cualquier servicio, experta en artes marciales, armas y vehículos y habla varios idiomas. Indudablemente, esta ficha lo cambia todo.

Ian Fleming había dado vida, en 1952, a su personaje James Bond, que tan buenos ratos nos ha hecho pasar a sus fans. Lou Carrigan concibió a Baby en 1965. Y es una verdadera lástima que estas novelas no hayan sido llevadas a la pantalla, porque Baby no sólo no tiene nada que envidiar al inteligente espía británico, sino que lo supera con creces.

Las novelas de Baby se publicaron en la colección ZZ7 y cuando las descubrí me pasaba cada semana por mi kiosco habitual, donde incluso me las guardaban. Eran una droga. La colección aumentaba y aumentaba sin parar. Las tenía incluso en cajas, debajo de mi cama. Dejaron de publicarse en 1992, después de haber alcanzado las 500 aventuras. ¡Y qué aventuras, amigas!

Los personajes que salían en cada novela formaban parte ya de la vida de los lectores porque eran nuestros, allegados y queridos. Conocíamos sus fallos, sus manías y complejos; sabíamos siempre por dónde iban a salirnos:

Charles Alan Pitzer, jefe del Sector New York de espionaje y contraespionaje, jefe directo de Baby.

Mr. Cavanagh, jefe absoluto del Grupo Mundial de Acción de la C.I.A.

Frank Minello, su perpetuo enamorado y amigo, jefe de la Sección Deportiva del Morning News.

Miky Grogan, el director del periódico.

Y espías de todos los países a los que Baby ayuda de una u otro forma y que acababan siendo leales a ella: el espía británico John Pearson (conocido como Fantasma), Monsieur Nez, jefe del espionaje francés, Alexandria, un increíble agente alemán, Nathan, presidente y jefe de los servicios de espionaje de un país del Caribe… y algunos más. Baby acabó por enamorarlos a todos.

Al principio de su andadura, esta completa mujer cae en manos enemigas, la drogan y ella facilita el nombre de uno de sus compañeros: Simon. Como consecuencia, Simon es asesinado. Desde ese momento, Baby no quiere saber nunca al nombre de los agentes que trabajan con ella y les llama a todos por ese nombre para no olvidar nunca aquella muerte.

Aunque hay muchos hombres enamorados de ella, su verdadero y único amor es Angelo Tomassini, más conocido por Número Uno, un hombre que reside en Villa Tartaruga, en la Valetta, en Malta, el mejor espía de todos los tiempos. La propia CIA, para la que trabaja, le tiende una trampa y Baby le salva la vida. Número Uno queda fascinado y ella lo amará por encima de todo. Juntos, compartían fabulosas aventuras.

Podría pasarme horas contando las peripecias de esta espía, porque cada andanza era increíble y me trasladaba a un mundo imaginario donde no todos trabajan para llevar a cabo las confabulaciones de los gobiernos. Baby lo hacía por el bien general, aun teniendo que ponerse en contra de su propio país. Se jugaba la vida en cada entrega, se iba metiendo en tu piel, llegabas a adorarla.

Yo soñaba despierta, vivía casi por entero en el mundo imaginario que forjaba Lou Carrigan en cada entrega. Les puse nombres a mis amigos y ellos, ávidos lectores también de estas aventuras, eran Minello, Simon o Charles. Eso sí, nadie presumió del apodo de Número Uno hasta que conocí al que se convirtió en mi marido.

A Lou tengo que agradecerle la ilusión, las hazañas que viví… y los embarazosos problemas en los que me metí (en esa época estaba ligeramente más loca que ahora, pero no mucho más), intentando imitar a Baby. Me apunté a kárate, empecé a estudiar para detective y hasta me compré una peluca. Metí las narices en asuntos que ahora ni se me ocurriría y disfruté plenamente de una época de mi vida en que primaban las fantasías. Nunca podré agradecer lo suficiente a este autor las miles de horas felices que me regaló con su personaje.

Si a alguna de vosotras os fascina la aventura y el riesgo, pasaros por su página (la he descubierto al buscar información para escribir este artículo). Porque amigas… ¡¡¡las novelas de Baby se pueden conseguir ahora!!!

Os deseo feliz descanso. Por mi parte, volveré a dormir con la espía de mis sueños.

Gracias, Lou, por todo lo que nos diste.


3 comentarios:

Marta L.Esteban dijo...

Asi que nuestra preciosa Nieves sabe karate :D Me cuesta creer que fueras algo alocada antes jeje. Pero es impresionante lo que hacemos a veces por imitar a nuestros heroes o heroinas.
La verdad es que Baby tiene una pinta genial. Y estoy de acuerdo en que es una pena que no hayan hecho pelicula. ¡Me encantaria haberla visto en accion de carne y hueso!

¡Un abrazo muy fuerte!

Anabel Botella dijo...

Ayyy, por favor, no te imagino con una peluca y estudiando para detective. Qué bueno. De ahí te viene esa psicología a la hora de crear personajes. Eres muy observadora.

Nieves Hidalgo dijo...

Marta, Anabel,

gracias por volver a visitarme.
Sí es verdad que se hacen locuras de joven. ¡Y estaba como un cromo con la peluca rubia! jajaja. En vez de pasar desapercibida, se me veía bien. ¡Ay, Señor!

Besos a las dos